EL NAUFRAGO METODICO

EL NAUFRAGO METODICO

ANTOLOGIA

15,00 €
IVA incluido
Disponible entre 3-6 días
Editorial:
VISOR EDITORIAL
Año de edición:
Materia
Poesía
ISBN:
978-84-7522-577-7
Páginas:
488
Encuadernación:
BOLSILLO MAYOR
Colección:
VISOR DE POESIA
15,00 €
IVA incluido
Disponible entre 3-6 días

Esta antología se va a convertir a partir de ahora en un instrumento imprescindible para poder acercarse a un poeta imprescindible, el autor de La casa encendida. Este libro consiguió el Premio Nacional de Poesía en 1949, sin duda su obra más famosa, pero no la menos importante, pues aunque ocupe un lugar preeminente en su trayectoria, La casa encendida es un eslabón más de una cadena bien precisa -una cadena forjada- que amarraría vida y obra de una manera inusual. Hasta esta antología -acaba de aparecer otra más en la editorial RIALP, pero con características bien distintas- los lectores que querían acercarse a este autor -y más en concreto al afamado libro aludido- tenían que acudir a las Obras completas (Madrid, Trotta, 1996-1997, 5 vols.), poco accesibles; a las escasas bibliotecas donde raramente se conservara algún ejemplar, o puede ser que a través de alguna antología de poesía española posterior a la guerra civil, o, en fin, al tan vilipendiado pero útil sistema de fotocopias. Sólo el todavía asequible en librerías -y en precio: ¡mantiene aún el mismo que hace más de dos décadas!- Poesía reunida 1979-1982 (Barcelona, Seix Barral, 1983) suplía una carencia que en cualquier caso nos mostraba sólo al último Rosales. A primera vista y ante los ojos del lector neófito, Luis Rosales es un poeta tocado desafortunadamente por el más enrevesado y oscuro pasaje de la historia de la literatura española del siglo XX, esto es el apresamiento de Federico García Lorca en la casa de los Rosales -allí se había refugiado, supuestamente seguro- y su inmediato asesinato. Nadie sabe muy bien qué pasó hace ya casi setenta años, pero lo cierto es que a Rosales se le achacó sin razón durante muchas décadas la responsabilidad de no haber protegido al poeta de Fuente Vaqueros. Es un pasaje tristemente célebre. Además, ya fuera solo, o en colaboración con Dionisio Ridruejo, Luis Felipe Vivanco o José García Nieto, entre otros, se le asociaba al volumen Antología poética del Alzamiento. 1936-1939; a los volúmenes Poesía heroica del Imperio; y al núcleo de Garcilaso, la revista que aglutinó a toda aquella poesía formal e ideológicamente correcta de aquella época sumida en el abyecto pozo del cainismo. Un sociologismo mecanicista -simplista, beneficiario de la estirpe idealista- ha reducido injustamente y durante décadas la poesía de Luis Rosales al ostracismo, sin atender a sus reales determinaciones literarias y a sus valores. Curiosamente habría que destacar que el interés del poeta granadino y del grupo de Garcilaso por las formas clásicas era ya anterior a la guerra civil, y que el resultado final de ésta propició su florecimiento, una especie de imposición oficiosa de la sumisión formal frente a cualquier esbozo de rebeldía vanguardista: Todo mansedumbre, todos corderos, pastores bucólicos, flautas y pajarillos felices, aguas transparentes, cristalinas. en fin, locus -más o menos- amoenus. En realidad, ninguna voz pudo alzarse o destacar en ninguna disciplina -corrían el riesgo de la purga en un momento en que las cárceles españolas estaban repletas de represaliados- durante la década de los cuarenta, que plantearan con nítido timbre la angustia vivida y la necesidad de vivir, una necesidad tanto individual como colectiva, por encima de todas las cosas o, más bien, a través de todas ellas. Puesto que, ¿quién pudo sustraerse al oscurantismo de aquellos años inmediatamente posteriores a la contienda civil?, o bien: ¿quién pudo ser capaz de levantar la voz en aquel silencio impuesto, en aquel frío silencio que golpeaba las conciencias de todos aquellos creadores, artistas, humanistas -en sentido lato- que no podían soportar el peso de la victoria fratricida, rellena de soberbia y revancha? Estos versos de Luis Rosales podrían resumir perfectamente la situación descrita: "y yo seguí callado entre la sombra, / y yo seguí callando, / callando hasta nacer (.)" (p. 187). Las heridas estaban ciertamente recientes y desde la política gubernamental sólo se respiraba un hedor de oficialidad capaz de arrollar a cualquier mínima protesta. Como es sabido, Sombra del Paraíso, de Vicente Aleixandre, e Hijos de la ira, de Dámaso Alonso, ambos de 1944, marcan ese inicio, al que en pocos años y ya a finales de esa ominosa década, los años del hambre, se le sumará La casa encendida de Luis Rosales; don Luis para ser fieles al texto. Habría que matizar, no obstante, que el resurgir de estas voces no responde a los mismos estímulos, ya que en el caso de Aleixandre y Alonso el proceso de rehumanización alcanzaría otras estribaciones y, de hecho, provenía de otros espacios estéticos bien diversos. En este proceso de recuperación de valores humanistas de finales de los cuarenta, concebido desde su contexto preciso en que fue escrito, o ampliando nuestra visión a las correcciones de 1967, La casa encendida -publicado en la mítica colección de Cultura Hispánica- sigue siendo un poemario imprescindible para cualquier poeta que quiera realizar una introspección en los mecanismos de reconocimiento interior y que pretenda acercarse a la narratividad del siglo XX, en una apuesta decidida por el vitalismo y el optimismo a pesar de. Porque si tuviéramos que definirla, esta poesía podría resumirse así: poesía a pesar de. Quizás demasiadas veces resignada a vivir, los mejores momentos, esos que acaban dejando su marca, como una huella, surgen precisamente cuando de esa resignación se toma impulso para continuar y seguir adelante, construir una nueva vida, otra en sentido estricto. Y habría que señalar con algo más de precisión -aquí sólo lo apuntaremos- que el carácter genésico de la narración en Luis Rosales nos podría ocupar un interesante estudio, destacando los poliédricos aspectos que en determinados fragmentos ocupan las repeticiones, aunque también las anáforas. El lector que lea Diario de una resurrección -publicado en 1979, una de las tres obras maestras del granadino, junto a Rimas (1951) y La casa encendida- notará todo esto con claridad. Es evidente que la contribución de Luis Rosales a la estabilización de la poesía en la España de posguerra, en el intenso panorama de silenciamiento impuesto, brevemente descrito antes, es innegable y sobresaliente, posee acentos propios e imprimirá una tendencia humanizadora que llegará felizmente hasta nuestros días. Como asegura en la introducción Luis García Montero, "Luis Rosales es uno de los mejores poetas españoles del siglo XX". Y es que, curiosamente, la poesía de Rosales es diáfana y clara, precisa en su discurso narrativo, coherente en su sucesión de innovaciones formales y, en fin, extraordinariamente humana en el sentido más existencial del término. El marco de rehumanización en el que se circunscribe corrobora ese esfuerzo colectivo de mirada limpia y esperanzadora por un futuro que debe erigirse a partir de las ruinas del presente y de un pasado cercano, trágicamente doloroso. Es en el dolor donde esta poesía se nutre, una suerte de dolor catártico que r

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