En Escoria de la tierra, biografía colectiva de la agonía de Francia, Arthur Koestler deja testimonio de la metamorfosis de un Estado democrático en una maquinaria totalitaria. Rescatar su atónita mirada ante la fragilidad del orden liberal es hoy tan pertinente como antes.
En el verano de 1939, el escritor húngaro busca en el sur de Francia un remanso de paz en la convulsa Europa. Aún no tiene 35 años y su denso y azaroso itinerario vital le ha llevado a reunir todas las condiciones de las víctimas del poder nazi: judío, refugiado político, apátrida, periodista crítico, antiguo comunista y activo militante de izquierda. De pronto, la Historia sale otra vez a su paso.
Angustiado, será testigo de la caída de Francia, primero por la complicidad de sus dirigentes y después por el avance del ejército alemán. Así, ve cómo la pérdida de valores en la sociedad francesa se manifesta inicialmente en la detención ilegal de refugiados políticos y acaba con la vergonzosa claudicación militar: La ruina moral antecedió a la ruina física.
Atrapado junto con otros «extranjeros indeseables» en un cruel laberinto burocrático, su internamiento en un campo de concentración francés muestra que ante el poder totalitario todos somos escoria de la tierra.