Los medios de comunicación de masas desempeñan un papel determinante en el nacimiento de la sociedad posmoderna. El incremento de estos medios, no obstante, no hace que la sociedad sea más transparente, que esté más informada de sí misma, más iluminada: los mass media intentan reproducir los sucesos en el tiempo real, multiplicando su complejidad en vez de reducirla. La tesis de Vattimo es que justamente en este caos relativo es donde se hallan nuestras esperanzas de emancipación. La falta de transparencia no es pues un fenómeno que haya que combatir; al contrario, es el síntoma de un gran cambio de orientación en el que queda implicado todo el ámbito de la existencia: la liberación de las minorías (los punks, la mujer, los homosexuales, los negro?) y la creación de un nuevo estado de ánimo: una experiencia cotidiana con caracteres más fluidos, que adquiere los rasgos de la oscilación, del desarraigo, del juego.
Ningún otro lema domina hoy el discurso público tanto como la transparencia. Según Han, quien la refiere solamente a la corrupción y a la libertad de información, desconoce su envergadura. Esta se manifiesta cuando ha desaparecido la confianza y la sociedad apuesta por la vigilancia y el control. Se trata de una coacción sistémica, de un imperativo económico, no moral o biopolítico. Las cosas se hacen transparentes cuando se expresan en la dimensión del precio y se despojan de su singularidad. La sociedad de la transparencia es un infierno de lo igual.
Google y las redes sociales, que se presentan como espacios de libertad, se han convertido en un gran panóptico, el centro penitenciario imaginado por Bentham en el siglo XVIII, donde el vigilante puede observar ocultamente a todos los prisioneros. El cliente transparente es el nuevo morador de este panóptico digital, donde no existe ninguna comunidad sino acumulaciones de Egos incapaces de una acción común, política, de un nosotros. Los consumidores ya no constituyen ningún fuera que cuestionara el interior sistémico. La vigilancia no se realiza como ataque a la libertad. Más bien, cada uno se entrega voluntariamente, desnudándose y exponiéndose, a la mirada panóptica. El morador del panóptico digital es víctima y actor a la vez.