Cita nocturna. Este poemario cosecha los frutos que puede dar una realidad cotidiana con tanta frecuencia sembrada de vacío, miedos e intranquilidad; o de momentos sencillos como los veraniegos, la siesta y la costumbre aprendida de oír el silencio. Ambos, silencio y vacío, se unen para componer un espacio procurador del Bien. Un Bien que se esparza por todas partes, para que acabe con la injusticia social, reinvente y haga funcionar de verdad la ayuda.
A la comprensión del mundo en que vivimos le acompaña otra actitud imprescindible, el deseo; pero no de conseguir de un soplo las cosas sino de adquirir habilidad y paciencia para desenvolvernos.