Procedente del mundo grecorromano, bizantino y persa, el bestiario fantástico se apodera del mundo cristiano románico no sin resistencias y críticas. No obstante, cuando se sacraliza esta estética pagana convirtiendo a los animales -tanto reales como imaginarios- en portadores de virtudes o perversiones, empiezan a plagar capiteles, canecillos, metopas, tímpanos, arquivoltas, muros, pilas bautismales, objetos litúrgicos y una incontable serie de soportes que, lejos de la mera función ornamental, aportan un significado simbólico cuyo sentido trata de desentrañarse en este libro. El bestiario fantástico es uno de los motivos escultóricos que más interés genera, y el que mayor efecto de intimidación provoca en el hombre medieval. Estas peculiares e imaginativas bestias nacían por combinación de partes de animales diferentes, creando estampas, en ocasiones, atroces. Los animales podían ser representados solos, en lucha entre sí o con hombres indefensos, siempre con el objetivo de conmover y motivar al creyente en su esfuerzo por evitar las tentaciones y renegar del pecado. Aunque cualquier símbolo tiene duali