Rut Sanz Montaña trabaja a fuego lento la alquimia del existencialismo más cotidiano, a partir de símbolos sencillos y lugares comunes. Las ciudades, las personas, los gestos que permanecen indelebles en la memoria del ser que cambia… se fijan en este poemario, en constante experimentación lingüística, hasta decantar lo propiamente humano.
Si la autora, entre otras cosas, ha querido jugar al escondite a lo largo de estas páginas, sospecho que es ahí, tras esa niña, donde ha decidido esconderse. Y quizá no sea del todo descabellado pensar que el libro sea un juego del escondite.
Así es, en cierto modo, la Rut Sanz poeta. Una mujer de inocencia desgastada, a veces ilusionada, a veces triste. Alguien a quien le gusta mostrarse y ocultarse, como una niña entre cortinas. A quien le entusiasma jugar con las palabras, y hacer que las campanas repiquen y también repliquen, y poner la página perdida de paréntesis, y hacer y deshacer los sentidos.
Alguien que sabe que nada se cierra del todo. Ni un libro, ni mucho menos la vida, ese invento que nunca ha terminado.