El río que se escribe permance en su cristal, es un fragmento húmedo, una herida que exhala, la sangre que mancha y el desapego lento. Su tiempo es como un niño que no ha aprendido a hablar aunque sepa cómo se pronuncian las palabras, una guerra que se vive con emoción, un conflicto que hace temblar la conciencia. La guerra es necesaria cuando hay que vivir.