Guerra de identidad se mueve a caballo entre el testimonio poético y el monólogo teatral. Con una sinceridad abrumadora, Déborah nos desgrana poco a poco una infancia que, si no enteramente feliz, al menos está asumida como tal. Una infancia en la que se esconden argumentos de suficiente peso como para querer seguir escondidos. La abuela que ejerce de madre, la madre que ejerce de padre, el padre que ejerce de militar... Un mundo ostensiblemente resbaladizo para una niña que, con 16 años 17, descubre la verdad sobre su padre. Un dolor múltiple que se abre ante la cruda realidad de que lo usual en muchos sitios es que un padre no sea siempre como James Stewart y que una niña de 16 años 17 haga mucho que dejó de ser una niña para convertirse en Dios sabe qué.