En Hacia la cuna del mundo, publicado originalmente en 1917 e inédito hasta hoy en nuestra lengua, hallamos un libro de viajes fascinante -un texto dedicidamente exótico, grávido de ensueños, redactado y publicado mientras Europa se desangra en el matadero de la Primera Guerra Mundial, tan concreta y devastadoramente alejada de toda fantasía-, hasta el punto de que importa poco que Guido Gozzano haya conocido o no todos los lugares (de Goa a Agra, de Delhi a la antigua Ceilán, de Benarésa Haiderabat, de Jaipur a Golconda) y costumbres que describe de India.
Esta obra póstuma, suerte de testamento ideológico y estilístico del autor, acerca desde su tono desencantado y nostálgico a la fase terminal de su enfermedad, la tuberculosis, que minaba ya su salud sin remedio durante este viaje postrero a Asia. En la rica prosa de Gozzano se reflejan sensaciones y emociones diversas, aunque convergentes todas ellas hacia la desilusión, hacia un sentimiento de pérdida ineluctable: entre líneas podemos leer un entusiasmo dispuesto a encenderse pero que se apaga enseguida, la curiosidad por la novedad que se vuelve añoranza inmediata por la patria lejana, la esperanza en el futuro cercenada por la certeza de que el suyo durará poco.
De este modo, las vivencias de Gozzano en India resultan siempre contradictorias, híbridas como su estilo, formadas por momentos de auténtica exaltación y, a la vez, de irremediable tristeza. Y entonces es verdad que su viaje verso la cuna del mondo, lejos de toda tentación decadente o parnasiana, constituyó para él un viaje para escapar a otro viaje, un viaje para eludir el viaje definitivo e inaplazable hacia la muerte.