?Cuanto más trate mis propias ideas, o también mis convicciones, como algo que me pertenece, y de las que por ello mismo me enorgullezco, inconscientemente tal vez, como alguien se enorgullece de un invernadero, o de una cuadra, tanto más tenderán estas ideas y estas opiniones, por su misma inercia (o, lo que viene a ser lo mismo, por mi inercia ante ellas), a ejercer sobre mí una ascendencia tiránica; ahí está el principio del fanatismo en todas sus formas. Lo que se produce aquí es una especie de injustificable alienación del sujeto (me decido con disgusto a emplear aquí este término) ante la cosa cualquiera que ésta sea. Ahí está, a mi modo de ver, la diferencia entre el ideólogo, de una parte, y el pensador y el artista, de otra. El ideólogo es uno de los tipos humanos más temibles que existen; puesto que inconscientemente se hace a sí mismo esclavo de una parte reprimida de sí mismo; y porque dicha esclavitud tiende inevitablemente a convertirse hacia fuera en tiranía?. Por el contrario, ?El pensador está perpetuamente en guardia contra esta alienación, esta petrificación posible de su pensa