Uno de los sucesos más chocantes de las letras españolas del XVIII, y también de los menos acechados por nuestra historia literaria y cultural, es el inusitado medro que en la primera mitad del siglo alcanzaron almanaques y pronósticos astrológicos. El rotundo imperio de Diego Torres Villarroel en esa ruidosa zambra de piscatores, que tardó medio siglo en amortiguarse, ha sido desde antiguo subrayado, pero poco se ha hecho más allá de marcar la raya. Sin pretender colmar el vacío de una monografía extensa sobre los almanaques españoles, esta obra sí trata de romper y roturar este erial de sus formas, contenidos, lenguajes y funciones, y establecer una clasificación tipológica con la que agrupar y ordenar a los pronostiqueros, extrayendo un relato de esa mojiganga de locos y temas, distinguiendo lo esencial de las mutaciones epidérmicas, y clasificando a los autores según la tipología de sus pronósticos hasta 1768.
Uno de los sucesos más chocantes de las letras españolas del XVIII, y también de los menos acechados por nuestra historia literaria y cultural, es el inusitado medro que en la primera mitad del siglo alcanzaron almanaques y pronósticos astrológicos. El rotundo imperio de Diego Torres Villarroel en esa ruidosa zambra de piscatores, que tardó medio siglo en amortiguarse, ha sido desde antiguo subrayado, pero poco se ha hecho más allá de marcar la raya. Sin pretender colmar el vacío de una monografía extensa sobre los almanaques españoles, esta obra sí trata de romper y roturar este erial de sus formas, contenidos, lenguajes y funciones, y establecer una clasificación tipológica con la que agrupar y ordenar a los pronostiqueros, extrayendo un relato de esa mojiganga de locos y temas, distinguiendo lo esencial de las mutaciones epidérmicas, y clasificando a los autores según la tipología de sus pronósticos hasta 1768.