Jorge M. Molinero monta un circo y le crecen, primero la rabia y luego el desánimo y la desesperanza ante una sociedad abandonada al hedonismo más chabacano y a la simpleza.
Con el espectáculo de Buffalo Bill como excusa, campan en este escenario de cartón-piedra sioux, cosacos, malabaristas, águilas humanas y los raros, los freaks, los incomprendidos a ojos tanto del domador como del lanzador de cuchillos, tan ciegos y estúpidos como el espectador, que solo aplaude el tartazo y el tonto resbalón del payaso.