MARTÍNEZ MILLÁN, JOSE / RIVERO RODRIGUEZ, MANUEL (DIRS.)
En la corte del Barroco, la opinión llegó a absorber completamente al individuo y redujo el sentido común a la simple imitación de los usos de la mayoría, un fenómeno que debe ser interpretado como una canalización de la simulación cortesana. Las enseñanzas y consejos de los numerosos tratados que aparecieron en esa época contribuyeron a configurar la imagen y comportamiento del ?cortesano discreto?, un personaje peculiar que sabía moverse como nadie entre los complicados vericuetos institucionales de la administración de la Monarquía.
Era válido actuar ?como si se poseyeran? los valores humanos; esto es, lo importante no era poseerlos, sino hacer creer a los demás que se tenían. Surge así una literatura de la disimulación y el desengaño al comprobar que no siempre el personaje con mejores cualidades alcanzaba sus objetivos, sino aquel que aparentaba poseerlas y agradaba a los demás. En estas circunstancias, la literatura comenzó a desarrollar una nueva función social. Durante los reinados de Felipe III y Felipe IV, los escritores fueron plenamente conscientes de su importancia social, de que podían ejercer influencia en el público y de que eran ?profesionales? de la pluma, diferenciándose en esto de los poetas y literatos de la primera mitad del siglo XVI que, además de tener una profesión, escribían. Conscientes de la importancia de la apariencia y de la fama social, y de que ellos podían contribuir a generarla mediante sus escritos y obras, formaron grupos y buscaron la protección de nobles mecenas que los promocionasen. En este contexto se debe situar la evolución de las academias del Renacimiento al Barroco.