En numerosas ocasiones, al hacer referencia a la Orden del Temple, los historiadores cometen el error de pasar de puntillas esos 196 años que estuvieron en activo los templarios, tanto en Europa como en Tierra Santa, pasando de la fundación de la nueva milicia y la estancia de la década en Jerusalén, a la muerte en la hoguera en la ciudad de París, frente a la Catedral de Notre-Dame, del último gran maestre, Jacques Bernard de Molay. Y es en este lapsus, en donde consciente o inconscientemente, se equivocan, porque ignoran ese impresionante legado que el círculo interno de la Orden, a quienes podríamos llamar los magos, a pesar de los inconvenientes, llegaron a transmitir a las futuras generaciones.