La música tenía un papel central en las vidas pública y privada de la Antigua Grecia. Se escuchaba en las ceremonias religiosas, en obras de teatro y competiciones poéticas y deportivas y en los actos de preparación para la guerra; formaba parte esencial de la educación y de los rituales de transición en las etapas de la vida de hombres y mujeres; se practicaba en la intimidad del hogar y su naturaleza era objeto de debate en las discusiones filosóficas. Nos han llegado representaciones de músicos y danzantes en pinturas y esculturas, y pasajes sobre música en obras literarias y teóricas; se han recuperado y reconstruido instrumentos musicales e incluso se han encontrado fragmentos de textos que cabe interpretar como partituras musicales. Pero el arte musical de los antiguos griegos se ha perdido irremediablemente y nada nos permite saber si alcanzó las altas cotas a las que llegaron su arquitectura, su teatro o su lírica.
Enrique Martínez Miura traza los ejes que configuraron la música en la sociedad de la Antigua Grecia desde cuatro perspectivas complementarias (la mitología como fuente poética para la música, los caminos de la tradición oral, el desarrollo de los instrumentos musicales y la evolución de la danza) y que revelan, entre las brumas del pasado, un panorama singular de un arte desconocido y fascinante.