Todavía oímos en el
final de Hamlet su 'demasiado tarde', que parece tener sentido para cualquier
existencia moderna.
Y por lo tanto, tenemos que preguntarnos ahora si ese 'demasiado tarde' es
en verdad la constatación última de la obra, esa abundancia de
significaciones cuyo trasfondo sería solamente la afirmación del sinsentido,
desesperante. Una cuestión inquietante sobre la más radical de las
reflexiones de Shakespeare, y que en todo caso hace comprender por qué Hamlet
produjo evidentemente tanta fascinación, y cada vez más a medida que la
exterioridad de los fenómenos de la materia se vuelve, en suma, la sofocación
de las esperanzas ingenuas. ¿Cómo no mirarse en un espejo que se presiente
verídico?
Shakespeare domina nuestro pensamiento porque ese pensamiento se alarma.
Pero acaso ¿no aporta más que provisiones para el espanto? En esa tragedia
del querer ser fallido, ¿es cierto que las ambigüedades de la significación
sólo se completan sin dar lugar a una expectativa de sentido? No lo pienso
así. Creo que puedo comprobar que Hamlet es a fin de cuentas mucho más.
Advierto una nueva dimensión, subyacente a todas las otras, en esa meditación
que, antes de ser el texto que tenemos, fue una escritura en devenir y lo
sigue siendo.