«Mira bien este rostro. Hay en él algo extraño, algo excepcional: de entre todos los rostros del mundo es el que tú has elegido, el que tú has codiciado. Míralo bien: lo has deseado, has dormido con él, has soñado con él, lo has besado muchas veces, lo has odiado también, te ha herido, conoces su olor y su textura. Estás oyendo crecer este rostro como una música, es el metro del mundo. No lo comprendes casi en realidad. Ni siquiera lo has elegido. Ha venido hasta ti como las bendiciones y las catástrofes y tres segundos después te ha parecido imposible haber vivido en un mundo en el que no existía ese rostro. A veces sientes que deberías aprender a mirarlo y que hasta ahora has cometido en muchas ocasiones el mismo error; el de pensar que sabías quién era sólo porque lo amabas. Ahora tus ojos son como los ojos de los recién nacidos , ojos que no ven y en los que apenas se ve, ojos sin blanco, pura pupila ciega. Y el rostro de tu amor está aquí inmóvil, abierto a tu curiosidad, desnudo. Se ha quitado de encima todas las afectaciones y los discursos. Y tú eres el intruso, el espía.»