Son nuestros hijos los que nos ayudan a conocernos realmente, sobre todo aquellos con los que nos resulta más difícil entenderlos y educarlos.
Estos son nuestros mejores maestros.
Conocer la parte inconsciente de nuestra relación con cada uno de nuestros hijos y comprender por qué un determinado vástago nos saca tan fácilmente de nuestras casillas, entender la causa del desagrado que nos produce su comportamiento, descubrir los obstáculos que nos hacen tan difícil amarlo y los motivos reales de nuestro empeño en cambiarlo, nos abre la puerta a la posibilidad de una transformación profunda en nuestra relación con él.