Aurora Bertrana, con sus palabras, redujo el mundo. La Polinesia era un lugar remoto, perdido, inimaginable hasta que ella estuvo allí. Hasta que esta periodista zarpó hacia Papeete y empezó a enviar sus crónicas desde Oceanía hacia España. Fue a finales de la década de 1920. Bertrana, con treinta y cuatro años, llegó a aquel lugar exótico, absolutamente desconocido, y durante tres años se dedicó a describir su naturaleza y escribir sobre sus gentes. Hablaba sobre todo de las mujeres, de los matrimonios forzosos, de la maternidad sin contratos, de la sexualidad liberada. Bertrana viajaba porque buscaba y huía a la vez. Desde niña leía a escondidas en la biblioteca de su abuelo porque su pueblo se le quedó pequeño. Escapaba de una vida que su madre intentó confeccionar para ella cuando la enseñó a coser, bordar y hacer puntillas para convertirla en una señorita digna.
Aurora Bertrana, con sus palabras, redujo el mundo. La Polinesia era un lugar remoto, perdido, inimaginable hasta que ella estuvo allí. Hasta que esta periodista zarpó hacia Papeete y empezó a enviar sus crónicas desde Oceanía hacia España. Fue a finales de la década de 1920. Bertrana, con treinta y cuatro años, llegó a aquel lugar exótico, absolutamente desconocido, y durante tres años se dedicó a describir su naturaleza y escribir sobre sus gentes. Hablaba sobre todo de las mujeres, de los matrimonios forzosos, de la maternidad sin contratos, de la sexualidad liberada. Bertrana viajaba porque buscaba y huía a la vez. Desde niña leía a escondidas en la biblioteca de su abuelo porque su pueblo se le quedó pequeño. Escapaba de una vida que su madre intentó confeccionar para ella cuando la enseñó a coser, bordar y hacer puntillas para convertirla en una señorita digna.