Argumentos, razón y provocación. Nuestro pensador más incisivo nos plantea un reto capital: +sabemos decir no? Saber decir no puede llegar a ser una fuerza liberadora. Pero +cómo podemos hacerlo sin sentirnos culpables o sin perjudicar las relaciones con las personas que tenemos en estima? +Cómo podemos discernir a qué hay que decir que sí y a qué hay que decir que no? Este un proceso que requiere aprendizaje y práctica, pero, según Francesc Torralba, es un arte que hay que reivindicar. ½No pretendo enseñar a nadie cómo debe discernir sus síes y sus noes. Sencillamente, vindico el arte de saber decir no, un aprendizaje difícil que va ligado a la madurez de la vida y a la indignación creciente delante de un mundo que no me gusta y que querría que fuese diferente. Muy probablemente he vivido ya más de la mitad de mi vida y me doy cuenta de que en el mundo hay un montón de dinámicas, de tendencias y de fenómenos que me provocan enojo. Ya estaban cuando nací, pero persisten. Me sublevan, me asquean. Quisiera que este mundo fuera distinto, pero no pensando en mí, sino pensando en mis hijos y en los hijos de mis hijos. Quiero decir no a muchas actitudes, tópicos, estereotipos, formas de ser y de deshacer que me hieren profundamente. Tal vez muchos lectores experimenten el mismo deseo. Quizás coincidamos, quizás no. Lo mismo da. No escribo para ganar acólitos. Escribo para esclarecer mis pensamientos.+
Argumentos, razón y provocación. Nuestro pensador más incisivo nos plantea un reto capital: ¿sabemos decir no?
Saber decir no puede llegar a ser una fuerza liberadora. Pero ¿cómo podemos hacerlo sin sentirnos culpables o sin perjudicar las relaciones con las personas que tenemos en estima? ¿Cómo podemos discernir a qué hay que decir que sí y a qué hay que decir que no? Este un proceso que requiere aprendizaje y práctica, pero, según Francesc Torralba, es un arte que hay que reivindicar.
«No pretendo enseñar a nadie cómo debe discernir sus síes y sus noes. Sencillamente, vindico el arte de saber decir no, un aprendizaje difícil que va ligado a la madurez de la vida y a la indignación creciente delante de un mundo que no me gusta y que querría que fuese diferente.
Muy probablemente he vivido ya más de la mitad de mi vida y me doy cuenta de que en el mundo hay un montón de dinámicas, de tendencias y de fenómenos que me provocan enojo. Ya estaban cuando nací, pero persisten. Me sublevan, me asquean. Quisiera que este mundo fuera distinto, pero no pensando en mí, sino pensando en mis hijos y en los hijos de mis hijos.
Quiero decir no a muchas actitudes, tópicos, estereotipos, formas de ser y de deshacer que me hieren profundamente. Tal vez muchos lectores experimenten el mismo deseo. Quizás coincidamos, quizás no. Lo mismo da. No escribo para ganar acólitos. Escribo para esclarecer mis pensamientos.»