En el avión que lo
transporta por primera vez a la India, 'casa madre de lo Absoluto',
Manganelli se inquieta como cualquiera de nosotros, ya que la India ha sido y
sigue siendo el shock físico y metafísico por excelencia. Cada 'experimento
con la India' es simultáneamente un experimento con uno mismo, un
desplazamiento al 'depósito de los sueños, el único lugar donde aún existen
los dioses, pero como delegados de un Dios precipitado en sí mismo y al mismo
tiempo encarnado en todos lados, un lugar de templos y leprosos, del que las
sonrisas de Buda o Shiva nunca fueron borradas'. Viajero tardío y ávido,
Manganelli sabe someter su prosa, crecida en el espacio sigiloso de la mente,
a la prueba del mundo.