Según Tiqqun, vivimos en el tránsito entre el paradigma soberano del poder (vertical, estático, centralizado) y el cibernético (horizontal, dinámico, distribuido). El orden cibernético es un orden que alimentamos entre todos, con nuestra participación, feedbacks y datos. El modelo serían Google o Facebook, pensados como formas de gobierno y no solo como inocentes páginas de contactos o buscadores. El poder cibernético extrae y procesa información, gestiona lo vivo entendido como información, aspira a gobernar el mundo como Facebook o Google gobiernan las redes. Un poder radicalmente distinto, pero no menos opresivo. +Qué pedimos entonces cuando reclamamos más transparencia, comunicación, participación y contacto entre gobernantes y gobernados? Tiqqun apuesta más bien por devenir ingobernables: opacos a la visión cibernética, ilegibles para sus códigos, imprevisibles para sus máquinas de computación y control. Por un lado, aprendiendo a discernir lo que escapa a la racionalidad fría y el tiempo ½real+ del orden cibernético: los cuerpos y sus encuentros, las palabras errantes, la temporalidad que implica toda duración. Por otro, buscando inspiración en los más diversos campos para subvertirlo: el ritmo del free jazz, la interferencia de Burroughs, el caos fecundo de Ilya Prigogine, el pánico según Canetti, la revuelta invisible de Alexander Trocchi, la guerrilla difusa de Lawrence de Arabia, la línea de fuga de Deleuze y Guattari, la niebla narrada por Boris Vian...
Según Tiqqun, vivimos en el tránsito entre el paradigma soberano del poder (vertical, estático, centralizado) y el cibernético (horizontal, dinámico, distribuido). El orden cibernético es un orden que alimentamos entre todos, con nuestra participación, feedbacks y datos. El modelo serían Google o Facebook, pensados como formas de gobierno y no solo como inocentes páginas de contactos o buscadores. El poder cibernético extrae y procesa información, gestiona lo vivo entendido como información, aspira a gobernar el mundo como Facebook o Google gobiernan las redes. Un poder radicalmente distinto, pero no menos opresivo.
¿Qué pedimos entonces cuando reclamamos más transparencia, comunicación, participación y contacto entre gobernantes y gobernados? Tiqqun apuesta más bien por devenir ingobernables: opacos a la visión cibernética, ilegibles para sus códigos, imprevisibles para sus máquinas de computación y control.
Por un lado, aprendiendo a discernir lo que escapa a la racionalidad fría y el tiempo «real» del orden cibernético: los cuerpos y sus encuentros, las palabras errantes, la temporalidad que implica toda duración. Por otro, buscando inspiración en los más diversos campos para subvertirlo: el ritmo del free jazz, la interferencia de Burroughs, el caos fecundo de Ilya Prigogine, el pánico según Canetti, la revuelta invisible de Alexander Trocchi, la guerrilla difusa de Lawrence de Arabia, la línea de fuga de Deleuze y Guattari, la niebla narrada por Boris Vian...